Hoy quiero escribir sobre el amor a las palabras y a los libros.

Lo haré intentando honrar su poder y su belleza sin desmerecerlas.

Me gusta imaginar que la palabra mágica por excelencia, abracadabra, significa en sánscrito “creo como hablo”.

O que en el comienzo del Evangelio de San Juan se iguale la palabra al mismo Dios: “En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba ante Dios, y la Palabra era Dios”.

Amamos las palabras y los libros. Las palabras nos constituyen y nos pertenecen. Son parte de nosotros. Somos la historia que nos contamos y, a través de ellas, podemos hacer de nuestra vida un relato digno de olvidar o una obra maestra.

¿Recuerdas las primeras palabras que balbuceó tu hijo? ¿O las últimas de tu ser más querido?

La palabra transforma, abre o cierra posibilidades, te da vida o te la quita.

Pienso en lo que sintieron los marinos de la expedición de Colón cuando escucharon: ¡Tierra a la vista!

O cuando al término de cualquier guerra todos se acuestan con la palabra Paz pegadita a la almohada allí donde vuelven a nacer todos los sueños.

Y la amargura de aquel amor que se fue de tu lado sin una explicación.

No estoy de acuerdo con la frase tan asumida de que una imagen vale más que mil palabras. ¿Cuál de ellas podría comunicar el sentimiento que transmitió Miguel Hernández en su “Elegía a Ramón Sijé” con tan solo 308 palabras?

Recuerdo con emoción el pasaje de “El nombre de la rosa” en el que ardía la biblioteca del monasterio. Todo por un libro. Se mata y se vive por simples palabras.

Las organizaciones, las empresas, son redes de conversaciones entre sus integrantes. A través de ellas se consigue aunar esfuerzos o diluir talentos. Crean valor o lo aniquilan.

No puedes saber lo que necesito si no te lo pido. Ni que sepas lo que siento si no lo expreso.

En las palabras está contenido lo mejor y lo peor de nosotros mismos.

Y con todo y con eso, las palabras sin acción valen de poco. Sin la coherencia entre lo que digo y lo que hago.

“Los cuentos sirven para dormir a los niños y para despertar a los adultos” y aunque algún sabio dijo que todas las historias ya están contadas, si quieres despertar, déjanos construir tu relato y te prometemos que será casi nuevo y seguro, seguro, que sin estrenar.